El liderazgo es un concepto que no resulta fácil llevar de la teorÃa a la práctica; cuando la teorÃa es correcta, cabe destacarlo, pues aún podemos encontrar distorsiones en la concepción personal de muchos y, como consecuencia, no podemos esperar menos que un desastre. Muchas congregaciones han quedado prácticamente destruidas por un liderazgo distorsionado, por eso no es un tema secundario: es fundamental consolidar un liderazgo usando los parámetros definitivos, los cuales están en las Escrituras.
El liderazgo parte necesariamente de una legitimidad de origen, de modo que no puede entenderse como una posición que pueda obtenerse a la fuerza, pues no contarÃa con el elemento fundamental que da sentido a la palabra: la aprobación. El intento de forzar ser aceptado como lÃder y, aún peor, llevar a cabo acciones puntuales para imponer nuestra imagen como figura de liderazgo, desde ese preciso instante quedará convertido en un tirano.
El liderazgo se ejerce lógicamente dentro de un contexto; en este particular nos enfocaremos en el pastorado como el escenario perfecto para distinguir con precisión la experiencia del liderazgo bajo los parámetros de Dios, evitando una circunstancia que puede contaminar el buen desempeño de nuestro liderazgo.
El pastorado, asà como cualquier otro ministerio ejercido en la Iglesia, posee una legitimidad de origen de acuerdo con los parámetros bÃblicos, pues la persona que va a ejercer el oficio debe ser llamada por Dios. Esto, por supuesto, debe ser evidente tanto en las actitudes como en las aptitudes, dando mayor peso a la actitud en cuanto a su testimonio, por encima de su conocimiento o habilidad. Lamentablemente, en muchas ocasiones no se han cuidado estos criterios y nos dejamos deslumbrar por el carisma de que muchos poseen, sin tomar en cuenta evidencias más sólidas de su llamado, como el hecho de tener un carácter apropiado.
El carácter no tiene que ver con una personalidad en particular, sino con la fortaleza de las convicciones y la demostración de dominio propio, lo cual equivale a un manejo adecuado de las emociones. Una de las evidencias de que alguien presenta problemas para ejercer un liderazgo apropiado en el oficio pastoral es la necesidad de controlar todo; esto es un problema, lamentablemente bastante común. Cada caso es muy particular en cuanto a cómo se presenta el germen del control en el ministerio de un pastor. Las causas pueden ser múltiples y el escenario propicio, por lo general, son las iglesias pequeñas, donde puede presentarse la escasez de obreros. Sin embargo, una realidad nunca debe usarse como excusa, pues el EspÃritu Santo que está en nosotros es capaz de transformar realidades. Ya sea en una iglesia naciente o en una congregación pequeña, una de nuestras responsabilidades es la formación de nuevos lÃderes, como fue el caso de Moisés y la oportuna reprensión de su suegro (Éxodo 18:13-27), donde, al igual que la advertencia de Jetro, si no somos capaces de delegar y ser conscientes de que el fracaso de un discÃpulo forma parte del proceso y que un paternalismo desmedido, que asume todas las cargas, será una travesÃa muy corta, ya sea por desgaste personal fÃsico y mental, o por la insuficiencia lógica de cubrir todas las necesidades operativas de una construcción, lo que eventualmente la irá cegando poco a poco.
El exceso de control no es garantÃa de éxito; todo lo contrario, provocará tensiones y dependencia de la congregación, lo que producirá el efecto contrario al deseado: un estancamiento inminente. Por eso es importante asumir como elemento fundamental del liderazgo la capacidad de delegar y ser diligentes en la formación constante de nuevos lÃderes dentro de la congregación, asumiendo los riesgos del fracaso como un escalón más para el crecimiento.

