Los seres humanos, por naturaleza, desarrollan hábitos, los cuales podrÃamos definir como el establecimiento de procesos a través de acciones puntuales que se llevan a cabo periódicamente y de forma repetida. Dicho esto, nos corresponde valorar dichos hábitos como negativos o positivos.
Los hábitos nos permiten establecer condiciones que brindan seguridad y orden a nuestras vidas. Desde esta perspectiva, podemos considerarlos necesarios si se encuentran en el espectro positivo; por el contrario, una serie de acciones aleatorias puede desembocar en un ambiente caótico que poco contribuirá a un desarrollo equilibrado en aquellos aspectos donde hay ausencia de hábitos positivos.
En las Escrituras, encontramos referencias relacionadas con cultivar hábitos, los cuales Dios desea que formen parte de nuestra realidad. Por ejemplo, en Salmos 5:3: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.” En este caso, debemos entrenar nuestros sentidos para discernir cuáles hábitos debemos fomentar en nuestra vida y cuáles no. Como mencionamos al inicio de este artÃculo, existe la posibilidad de generar hábitos negativos; por ello, estos criterios deben ser lo suficientemente claros para que podamos usarlos como principios que fortalezcan nuestro carácter y nos permitan realizar los cambios o ajustes necesarios en nuestros procesos particulares.
Un criterio obvio que podemos usar como referencia para evaluar alguna práctica que deseamos incorporar en nuestra vida es aquella que fomente y fortalezca nuestra relación con Dios y aumente nuestro conocimiento de su Palabra. Sin embargo, aún asÃ, puede haber una falla en esta idea, pues si vamos a establecer prácticas con este fin, no deberÃan ser arbitrarias. Para garantizar la solidez de dichas acciones, estas no deben basarse únicamente en nuestro razonamiento, sino en los preceptos bÃblicos.
Otro punto importante es hacer una distinción semántica entre hábito y rutina. No porque el concepto de rutina sea necesariamente negativo, sino por la connotación que puede ilustrar una condición negativa en nuestras prácticas. Si lo que hacemos carece de motivación correcta o pierde conciencia, pasando a un plano de automatización, esos hábitos pueden convertirse en una rutina carente de verdadero contenido que contribuya al crecimiento espiritual.
Por último, abordaremos el punto que da tÃtulo a este texto: los hábitos deben ser una construcción interna. En otras palabras, deben ser vistos como herramientas para el desarrollo de nuestras vidas espirituales. Sin embargo, los parámetros que hemos formado en nosotros o las convicciones que ya poseemos para interpretar nuestra experiencia y nuestra interacción con la realidad no deben convertirse en normas universales para todos. SerÃa una visión demasiado rÃgida que, sin duda, nos perjudicarÃa en nuestras relaciones. El propio Apóstol Pablo hace la distinción entre una visión rÃgida y una madura en Romanos 14 y 15, donde describe a los débiles en la fe y a los fuertes en la fe.
En conclusión, nuestros hábitos deben ser evaluados constantemente, sin presumir que nuestras consideraciones son normativas. La verdadera norma siempre será la Palabra de Dios. Además, debemos ser lo suficientemente maduros para servir de ejemplo con nuestros hábitos, ya que, al final, influir positivamente en la vida de los demás es la directriz que Dios nos plantea.

